Las paradojas del impuesto a las ganancias
[07-04-2015 13:14:53]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Las contradicciones son cotidianas, pero
cuando de impuestos a las ganancias se trata, se presentan de un modo
inocultable. Desde su denominación, hasta los prejuicios que subyacen en
su implementación que le brindan cierta legitimidad, dan cuenta de este
fenómeno.
El país debate tanto el asunto que una huelga de magnitudes relevantes
ha puesto el tema como eje central de sus reclamos. El gobierno, al no
actualizar el "mínimo no imponible", al menos al ritmo de la inflación
real, al dejar virtualmente congelado el umbral para que opere dicho
tributo, ha logrado que sean muchos más los que paguen este gravamen.
El hecho de que los "trabajadores" paguen el impuesto a las ganancias es
un contrasentido en sí mismo. En todo caso, quienes realizan una
actividad laboral reciben un salario a cambio de su esfuerzo. De ningún
modo puede considerarse a ese ingreso como una utilidad o un beneficio
extra.
Queda claro que los trabajadores no deberían pagar este impuesto, pero
mucho más grave es que esta modalidad alcance a los jubilados. La
compensación que ellos reciben mensualmente tiene que ver con lo que han
aportado durante su vida activa y que se les ha descontado oportunamente.
Si el Estado desea cobrar un canon a los que reciben una remuneración
por lo que hacen a diario, o por lo que han realizado en el pasado, al
menos podrían, los gobernantes, tener la dignidad, la sensatez y el
sentido común, de cambiarle el nombre al impuesto. Eso no le brindaría
legitimidad alguna, pero haría que el latrocinio sea menos burdo,
indecente y descarado.
Tan perverso es el esquema y su instrumentación, que algunos prefieren
no percibir aumentos de haberes. Al ocurrir este suceso no solo no
perciben mas dinero, sino que cobran menos que antes, por haber cometido
el pecado de superar la emblemática línea del mínimo no imponible.
No menos absurdo es que los partidarios del populismo demagógico, que se
dicen progresistas y que han hecho del incremento en el consumo una de
sus banderas predilectas, apelen a quitar coercitivamente una parte
importante de los ingresos a trabajadores y jubilados, limitando de ese
modo, su genuina capacidad de compra, esa que nace del mérito propio.
Hoy la discusión parece estar centrada en el nivel en el que debería
fijarse el mínimo no imponible. Habrá que decir que el gobierno no tiene
el monopolio de los disparates. La sociedad tiene mucha responsabilidad
al darle vigencia de las ideas que amparan este saqueo como tantos otros
que forman parte del amplio arsenal de la dirigencia política contemporánea.
Cuando el impuesto impacta sobre los emprendedores y profesionales, todo
resulta perfecto, normal y razonable. Para cierto sector mayoritario de
la comunidad, los ricos y cualquiera que tenga algo de dinero, es
culpable de su eventual éxito y por eso deben ser castigados con
elevados impuestos.
Parece que la conciencia tributaria que tanto mencionan algunos
ciudadanos solo es pertinente para los que disponen de bienes. Cuando
la voracidad fiscal, que ellos mismos alimentaron con sus ideas, les
toca la puerta, sobrevienen las protestas y luego las huelgas como esta
última.
Es que si los ciudadanos admiten que el impuesto es intrínsecamente
bueno y que el Estado debe tener la potestad de utilizar este mecanismo
para beneficio de todos, quitando a unos para redistribuir a otros, es
allí justamente donde empieza el problema y se valida la inmoralidad
presente.
No se puede por un lado defender esa atribución y luego quejarse cuando
esa discrecionalidad se vuelve en su contra de un modo personal e
intransferible, afectando su nivel de vida, su crecimiento y sobre todo,
cuando esa herramienta que parecía buena, se convierte en la mayor
amenaza al arrebatarle una porción importante del fruto de su trabajo.
La sociedad tiene mucho que revisar. No se debe justificar a los
gobernantes, pero ellos solo hacen lo que una ciudadanía irresponsable,
envidiosa y bastante resentida, les permite con su retórica infantil y
la defensa de convicciones incorrectas e ineficaces.
Es tiempo de llamar a las cosas por su nombre. Los impuestos son
esencialmente malos. En todo caso, en la sociedad actual que se
estructura sobre determinados parámetros, se puede admitir a
regañadientes su existencia, pero bajo la concepción de que deben ser
pocos y reducidos.
Se supone que los impuestos deben financiar la actividad del Estado,
pero solo la indispensable y de un modo austero. Sin embargo, eso no es
lo que sucede a diario. La sociedad desea un Estado grande, que se ocupe
de TODO. Eso tiene un correlato esperable. Para solventar esa "fiesta"
no solo se precisan muchos impuestos, sino que estos deberán ser
elevados y cuando ya no alcance se agregarán como fuente inagotable de
recursos el endeudamiento estatal y la emisión monetaria descontrolada,
esa que produce una inflación que también espanta.
El presente es solo la consecuencia inexorable del conjunto de creencias
que sostiene una sociedad. Si se acepta moralmente la idea de un Estado
gigante, ese delirio siempre vendrá de la mano de muchos y altos
impuestos, como estos contra los cuales hoy la gente despotrica. El
impuesto a las ganancias está plagado de paradojas. Suficiente motivo
para cuestionarse uno a uno, todos los aspectos que rodean al asunto. No
hacerlo, sería otro síntoma de escasa inteligencia.
Source: Las paradojas del impuesto a las ganancias - Misceláneas de Cuba
-
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/5523bc2d3a682e0a180d0c96#.VSPBhvmUc3Q
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